El 8 de febrero fue promulgada la Ley de Eficiencia Energética en nuestro país, convirtiéndose así en uno de los hitos más relevantes de los últimos años para el mercado energético y sus distintos actores. Pero no nos engañemos: estamos recién poniéndonos al día en un ámbito en que los países desarrollados llevan 40 o 50 años de delantera.
Esta regulación viene a complementar un círculo virtuoso entre el suministro de energía a partir de fuentes renovables y su consumo inteligente y eficiente. Chile ha destacado a nivel mundial en la primera dimensión. Los avances y beneficios son notables: desde su primer marco regulatorio, ha desarrollado un sector cada día más dinámico, con un objetivo sustentable en el corto y mediano plazo, que lidera las inversiones en nuestro país y que ha posibilitado una disminución radical de los costos de los contratos de energía en el segmento libre, beneficiando a los sectores productivos y servicios que transan estos contratos.
Este exitoso desarrollo ha posibilitado un cambio de paradigma: nuestro futuro será renovable, dejando atrás la dependencia de la importación de combustibles fósiles para cubrir nuestra demanda energética, comprometiéndonos, incluso, a ser un país carbono neutral al año 2050, para aportar así al desafío climático global.
El segundo ámbito va más rezagado, es menos visible, y hasta ahora, no contaba con una regulación y estatus de política pública institucionalizada. A partir de esta ley, existirá un Plan Nacional de Eficiencia Energética que definirá objetivos y metas, junto a los planes, programas y acciones para lograrlos.
La meta inicial ya está establecida: Chile debe alcanzar un 10% de ahorro de energía (intensidad energética) en un corto tiempo (al año 2030), tomando como base el consumo del año 2019, equivalente a un ahorro acumulado de US$15.200 millones y una reducción de 28,6 millones Ton CO2. Sin embargo, los desafíos de nuestro país y el mundo en materia de eficiencia en su consumo de energía son mayores.
Comencemos con una mirada global. Desde el año 2015, las mejoras en eficiencia energética, medida por la intensidad de energía primaria, han ido disminuyendo en el mundo, de acuerdo con la Agencia Internacional de Energía. La crisis del Covid-19 agrega un escalón extra a esta tendencia. Dado que la economía mundial se contrajo alrededor de un 6% en 2020 (OCDE), esto ha provocado un freno sin precedentes en los mercados energéticos, reduciendo la inversión energética global en un 20% en el último año.
Los planes de recuperación aplicados hasta ahora por los distintos países contemplan medidas de corto plazo de financiamiento y apoyo al empleo, careciendo de incentivos para el desarrollo de infraestructura eficiente y resiliente.
Es probable que la industria se vuelva más intensiva en energía. Los sectores industriales primarios han aumentado su posición relativa y sus niveles de intensidad energética han caído solo la mitad del resto de los sectores manufactureros.
Lo mismo ocurre con el sector transporte. La enorme caída en la demanda de transporte también está reduciendo los factores de carga aérea y terrestre, aumentando el uso de energía por pasajero y kilómetro recorrido.
Los desafíos en nuestro país también son relevantes. No podemos dejar de mencionar que hoy sólo el 32% de la energía es electricidad, el resto es energía en base a combustibles fósiles y biomasa.
El sector transporte debe evolucionar a tecnologías accesibles para participar de una transformación acelerada de electrificación.
La mala calidad de la aislación de los hogares y el uso de leña para calefacción es otro “gran problema” que debemos abordar, tanto por sus implicancias en la salud de las personas, la contaminación local y global asociada, y el sobreconsumo de energía. La nueva normativa de Eficiencia Energética obliga a establecer el etiquetado de eficiencia energética en viviendas y edificios de uso público nuevos. Sin embargo, debemos pensar en ampliar los esfuerzos de manera decidida en el stock de viviendas ya construidas y en uso.
Es en el sector de Industria y Minería donde la eficiencia energética está llamada a entregar su mejor aporte en el corto y mediano plazo. La implementación y uso de sistemas de gestión de energía aumentará los niveles de productividad y competitividad, tan necesarios en nuestro país, que presenta consecutivamente tasas de productividad negativas desde el año 2005 en adelante (medidas bajo el concepto de Productividad Total de Factores).
Lo anterior se suma a la tendencia global y local de la transformación sustentable de los negocios a nivel mundial. Las personas valoramos cada día más productos y/o servicios con bajos niveles de emisiones de CO2. Los fondos de inversión están promoviendo y recomendando empresas que sean responsables, buenos vecinos y preocupadas del medio ambiente. Lo mismo están buscando los accionistas y altos ejecutivos. Nuestro futuro será sustentable (y eficiente); de esto no hay duda. Y la eficiencia energética es, junto a las energías renovables, parte de la solución para lograr los objetivos de disminución de emisiones de CO2 de nuestras industrias.
La invitación es entonces a acelerar el ritmo de trabajo para que sobrepasemos la meta del 10% de ahorro al 2030, al igual como lo estamos haciendo con las energías limpias.